20 de noviembre de 2011

Él abrazo de la oscuridad: Capítulo I

Capítulo I                                 
Era una noche tranquila, el aire fluía levemente por  la ventana de mi habitación. Mis ojos contemplaban absortos la belleza de una noche estrellada, sin una sola nube, mientras el suave aliento del viento acaricia mi blanca tez. Las calles desiertas del pueblo de Yellow Creek abrazan la oscuridad mientras las tenues farolas agonizaban. La melancolía se apodera de mí, pienso acerca de mi pasado, intento recordar a un padre que hace años se desvaneció en el olvido, recuerdo las historias que me contaba mi madre. Era un hombre muy enigmático, llevaba la noche en su mirada, me dijo, era embriagadora, una mezcla entre cariño y crueldad, entre el bien y el mal. También decía que su piel era fría como la piedra y blanca como la nieve y que sus cabellos eran negros, largos y rizados, que tenía un aspecto juvenil y angelical, y una voz dulce y melosa.  
Por aquel entonces mi madre vivía en el casco antiguo de Skatsvisk, la ciudad de la eterna noche. Él vivía en la misma calle, subiendo una empinada cuesta. Una  noche, caminando por el parque “ia moian” de Skatsvisk vio una figura vestida totalmente de negro hacía la que sentía una irremediable atracción, como una necesidad que solo podía satisfacer aquel hombre, como si su corazón latiese gracias a él. De modo que se acercó y seguramente viviese la noche más   apasionante de su vida.
Una brisa de aire cayó sobre mí como un cubo de agua fría devolviéndome a mi habitación, cuyo aire, cargado de incienso recordaba al de una iglesia, me di la vuelta y rodeé la sala con la mirada, como si fuese la primera vez que la veo. Me sentí  intrigada, tal vez aterrada, percibí  una presencia que, a pesar de resultarme familiar y bella, era non-grata. Una sensación de calor y confort, que contrastan con el frío de la noche que invade mi cuerpo, un leve cosquilleo recorre mi piel y siento en mi corazón el tumulto de la vida. Me acerqué al escritorio, invadido de papeles, bolígrafos, lapiceros y manchas de tinta. Sobre la mesa, abierto por la página 35 observo la presencia de un libro que ya había visto antes, hace mucho tiempo, sus páginas amarillentas y su olor revelan que este ejemplar ha visto muchos amaneceres. Intento leerlo por la página abierta, pero la tinta se ha corrido haciéndola ilegible, excepto unas palabras, que parecen haber sido escogidas detenidamente- Ahora que he caído, y las tinieblas me han abrazado, que la noche me ha llamado y he sentido el frenesí de la sangre, ahora puedo atisbar en el horizonte cuán grande es el papel que a mí me ha tocado jugar. Lo que siento es imposible de explicar con palabras, es como nacer, y escuchar por primera vez  el latir del universo, sentir el suave aroma de los bosques y las brisas de la noche, tocar las nubes con los dedos sin despegar los pies de la hierba, es estar entre la vida y la muerte, la libertad absoluta, pasar de ser la aterrada oveja al lobo acechante, es la agonía de la vida y la inmunidad a la muerte.
Reconocí esas palabras, pues las escuché años atrás en boca de mi madre, cuando me leía de pequeña, recuerdo con claridad  aquel libro de lomo negro, aroma anciano y hojas amarillas, ¡No puede ser!, es el libro de mi madre, el que le regaló mi padre, aquel libro del cual no se separó hasta que llegó su invierno. Me di la vuelta y escudriñé la habitación concienzudamente, registré cada milímetro de suelo en busca de intrusos, pero solo encontré la fría y triste oscuridad. Atónita, volví al escritorio, solo había una ristra de papeles desordenados, muchos de los cuales habían caído al suelo, como si el viento se hubiese llevado el libro y hubiese arrastrado con él el desorden de mi mesa. Era una noche de locos, así que me fui a la cama. Me arrebujé entre las sabanas y cerré los ojos, esperando a que Morfeo hiciese su aparición, pero estaba en vela, no podía dejar de pensar en lo ocurrido, ¿Cómo llegó a parar a mi escritorio el viejo libro de mi madre?
La noche agoniza mientras el resplandeciente astro rey amenaza las tinieblas, me encuentro en un jardín hermoso salpicado de rocío, rodeada de rosas y jazmines que invaden con su fresca y fragante sinfonía el fresco aire que respiro. Súbitamente, todo desaparece entre un mar de nieblas, que al disiparse, dejan tras de sí un páramo desolado, y, en la lejanía, una figura ataviada con una camisa negra abierta hasta el pecho, unos pantalones de pana negros y unos resplandecientes zapatos a juego me observa. Aunque apenas puedo vislumbrarle, tiene un hermoso cabello negro rizado que le llega hasta el hombro. En cuestión de segundos me encuentro cara a cara con él. Es muy apuesto, tiene una tez blanquecina cubierta por algún que otro mechón de pelo, sus ojos recuerdan al mar en calma con algunos matices de tempestad, presenta un aspecto juvenil e inocente, casi angelical, es de estatura alta. Sin duda es la criatura más bella que jamás he visto. Él me sonríe, inundando mi alma de alegría. Pero algo no marcha bien, sus ojos se tornan a rubíes y su nívea piel adquiere un ardid macabro y horrendo. Su bello aspecto joven y angelical se ve arrinconado por una expresión de rabia y maldad incontenible. Corro aterrada, pero tropiezo con una rama y me desplomo, mi vista se vuelve borrosa y  todo el paisaje se convierte en luz cegadora. 
La luz de la mañana cae sobre mis párpados, por las ventanas abiertas mientras el aire alborota mis papeles, todo ha sido un sueño, a pesar de ello me siento como si hubiese sido real. Intento olvidarme de todo, llevar el día como si fuese uno más, me ducho, me visto y bajo al bar “John´s Garden” a desayunar. El bar, como de costumbre, estaba abarrotado de gente, que movida por las prisas, no saborea el delicioso café de Henry, el camarero, que nunca se separa de la barra de su querido bar, acechando a sus incautos clientes a la espera de clavarlos con la factura. Henry es un tipo afable, astuto y bonachón. Sus ideas, que proliferan por su privilegiada cabeza, las lleva al descubierto. Su cara está presidida por una prominente nariz, de la que parece colgar su poblado bigote castaño, tiene unos ojos grandes como platos de color miel y una boca ancha (siempre sonriente). Es un hombre de mediana estatura en el verano de su vida. Habitualmente charla con el pobre diablo que le de conversación. 
Me siento en una de las mesas de color metálico del bar, no muy limpia, cuyo convoy está desprovisto de salero, y el aceite prácticamente se ha agotado, el servilletero rebosa de blancas hojas de papel rugoso con el nombre del local en color verde titanio. Enseguida una camarera se acerca a tomar nota, como hago todas las mañanas, pido un té negro y una tostada. Mientras espero hambrienta el desayuno, sigo pensando  en aquel libro, y vienen a mi cabeza más recuerdos de mi infancia, vuelvo a recordar la sensación de ser observada, que aún perdura durante muchas noches. Siento que algo muy especial va a ocurrir, y que no soy un simple espectador, es como si mi destino hubiese estado esperando para presentarse ante mí y, por fin, hubiera decidido hacerlo. Una vez más, mis pensamientos se disipan cuando una estridente melodía proveniente de mi bolsillo interrumpe mi ensimismamiento. Mi móvil estaba sonando, Brenda, mi mejor amiga me llamaba, saqué el móvil y contesté.
-¡Jess, por fin has vuelto al mundo real!, llevo días mandándote mensajes, ¿Qué te pasa?
-Estoy bien, solo un poco estresada- Brenda se toma las cosas demasiado a pecho, así que no me quedó otro remedio que mentirla, si no quería que se me echase encima y me recordase que un amigo suyo es psicólogo y que puede ayudarme. A pesar de todo es buena amiga, y además de su particular sentido del humor, tiene un talento especial para encontrar chicos guapos, es una pena que siempre la den calabazas- Siento no haberte llamado, pero estaba muy ocupada…
-¡Ocupada, no más trabajo!- gritó- hoy es sábado y quiero verte en el puente del río Yellow Creek ahora mismo, ¡Espabila!
-Vale Brenda, pero…
- No, no, no, nada de peros, que puede ser más importante que tu mejor amiga- me interrumpió-  a no ser que hayas conocido a algún tío- dijo con  tono picantón- es eso verdad, ¡Esa es mi chica!, pero no se te olvide tomar precauciones.
Pagué la cuenta y, mientras salía del bar le dije- No he conocido a nadie, pero…- salí del bar y bajé la calle hacia el río, cuando, de repente, me choqué con alguien- Tengo que colgar Brenda.
Guardé el móvil y me apresuré a recoger unos papeles que se le habían caído mientras, con una vergüenza inimaginable dijimos al unísono- Perdona  no te había visto- ambos nos miramos fijamente, tenía unos preciosos ojos verdes y una sonrisa encantadora, su pelo era dorado como el mismo oro y liso y ni demasiado largo ni demasiado corto. Era alto, quizá un metro ochenta y muy pálido. Vestía una camisa azulada, una corbata roja rallada de azul y unos pantalones negros. Ese instante mágico se vio interrumpido por la agradable voz  de aquel chico, que me dice- Que patoso soy, ¿estás bien?, por cierto, me llamo Billy, Billy Kranner- esbozó una sonrisa de oreja a oreja y, a pesar de sus evidentes esfuerzos, no pudo evitar mostrar asombro ante mi belleza- No había visto nunca a una mujer tan guapa como tú.
-Tu tampoco estás mal, Billy, podría decir lo mismo de ti- no sé porque, pero lo dije, y ya no había vuelta atrás, ahora tendría que tirarme en plancha a la piscina- Yo soy Jessica Thurlin, realmente eres guapísimo, ¿Tienes planes para hoy?, tenía pensado irme con una amiga, podrías acompañarnos.
-¿Me estás pidiendo salir?- dijo esgrimiendo su preciosa sonrisa mientras cogía sus papeles- Bueno, nunca había visto a nadie ser tan directo, pero me has gustado, ¡claro que iré contigo!- en sus ojos se reflejaban las dudas que invadían su mente, como si temiese que yo pudiese hacerle algún daño, pero ese brillo se apagó y concluyó- por supuesto, además tus pensam- Billy se tapó la boca al comprender que había cometido un terrible error - ¿Por qué no?, ¿A dónde vamos?- disimuló.
De camino al río nos intercambiamos nuestros números además de mantener una apacible charla sobre lo extraña que había sido la forma en la que nos conocimos. En el momento mismo que le vi por primera vez me di cuenta de que era distinto de los demás, había algo en su mirada. Un hechizo que había ligado mi destino al suyo, y por un instante en mi vida, supe algo con certeza, el azar nos había unido para nunca volvernos a separar. No sabía exactamente la naturaleza de mis sentimientos, pero lo cierto era, que los flechazos y el amor a primera vista no ocurrían solo en las películas y libros románticos. Caminamos durante horas, sin rumbo, tomando la dirección que nuestros pasos marcaban, olvidándonos de la realidad y sumiéndonos en un mundo en el que solo teníamos cabida nosotros, un mundo sin dolor, sin miedo, un mundo en el que nuestras miradas se fundían en un instante eterno. Un lugar donde el fuego que en nuestras almas ardía se tornaba a frío granizo, y donde el viento susurraba tiernas baladas de amor.
Llegaron las dos de la tarde, y nuestro periplo se vio interrumpido una vez más por los impertinentes chirridos de mi móvil, Brenda llamaba de nuevo.
Sin apenas dejarme tiempo de saludarla me recriminó- ¡Donde te has metido tía!- se notaba el enfado en los terribles bramidos de mi amiga que, una vez más había despertado la bestia que lleva dentro, y ahora era imposible amansarla- ¡Te he estado esperando durante horas!, ¿Dónde te habías metido?, te he llamado más de siete veces.
- Lo siento Brenda, no me había dado cuenta de que llamabas- la expliqué, conociéndola, me lo perdonaría todo cuando viese a Billy, me miraba como si temiese que al parpadear fuese a desaparecer, era muy tierno- Tengo mucho que contarte, verás, se me ha pasado el tiempo volando, por favor, perdóname.
- Espera un momento, tú has conocido a alguien y no me lo quieres contar cacho perra- dijo con tono jovial- ¡Vaya, vaya picarona!, ¿y por qué no me lo dijiste antes?
- Tengo que colgar, adiós Brenda- sin dejarle tiempo de responder colgué y seguí caminando junto a Billy. Y así llegaron las tres de la tarde y el hambre se apoderó de mi estomago, que rugía desesperadamente. Cuando pasábamos por la puerta de un restaurante llamado “South roses”, me detuve a mirar la carta, quería que Billy se diese cuenta de que estaba hambrienta. Me miró fijamente durante un momento y añadió-  Lo siento, no me había dado cuenta, vamos, te invito a comer.
Entramos al restaurante; en la entrada, como si de guardianes se tratase, dos armaduras saludaban reverentemente espada en mano. Tras un arco, se abría ante nuestros ojos un gran espacio abierto con relucientes baldosas de rojizo barro y plagado de macetas por doquier, que inundaban de alegría y color la luminosa sala, el verdor de las hojas de las hortensias salpicaba de frescura la inmensa habitación, el perfume de las rosas blancas lo impregnaba todo y la robusta madera del tronco de roble aportaba un toque rústico muy acogedor. Las mesas de madera estaban distribuidas en hileras, junto a unos sencillos bancos de un precioso tono castaño. En el centro de cada mesa, colocados con mucha sutileza dentro de finos floreros de cristal varios ramos de flores multicolor  destacaban entre la desierta madera. Las paredes imitaban a la perfección a las de las antiguas posadas típicas de Vergardan y el techo recorrido por vastas vigas de madera de encina te hacía sentir en armonía con la naturaleza. El local estaba abarrotado de gente que conversaba tranquilamente sobre los pormenores de sus apacibles vidas. Los camareros, ataviados con una camisa blanca, pajarita, chaleco y delantal negros recorrían ajetreados el vasto comedor  de punta a punta. En un podio de madera lacada negra una figura enjuta luciendo un terno negro muy elegante y discreto nos aguarda como si nos hubiese estado esperando desde  que comenzamos a caminar, y con un tono firme y cortés nos pregunta- ¿Tienen reserva?
Me apresuré a decirle que no, pero Billy me hizo un gesto para que callase y le miró fijamente, al instante, el hombre nos pidió que le siguiésemos y nos indicó la mesa en la que debíamos sentarnos. Sin duda era una de las mejores mesas, pegada a la ventana y con vistas al pintoresco puente de piedra de Yellow Creek. Billy, con cierto aire de indiferencia contempla el fluir del agua, después, me dedica una sonrisa y me contempla. En sus ojos se percibe una fascinación sobrenatural, como si ante él se hallase una exquisita obra de arte. En ningún momento tocó la carta, le pregunté si no tenía hambre, él me respondió con dulzura- Con tan solo contemplarte mi hambre y mi sed se apagan, el tiempo se detiene, todo cuanto deseo se reduce a polvo y cenizas y mi único anhelo es alcanzarte. Tú eres mi vida, y mi corazón agoniza cada vez que cierro los ojos, pues temo que al abrirlos tú ya no estarás aquí, conmigo.
El día estaba resultando tanto o más extraño que la noche pasada, un joven muy apuesto se me había declarado apenas cuatro horas después de conocerle, y para más inri, yo sentía una atracción irrevocable hacia él. Sin embargo, todo esto me enseñó una valiosa lección, una eternidad de soledad se ve reducida a polvo ante un instante de amor. En ese momento no podía imaginar que nadie pudiese sentir más felicidad de la que recorría mis venas, mi sangre ardía en el frenesí  de la tierna y preciosa mirada de mi querido Romeo, que mientras me miraba acariciaba con cariño mis manos, en ese preciso instante, noté el helado tacto de la suave y tersa piel de mi amante, sin embargo no le di la más mínima importancia. Él era la criatura más hermosa que jamás había contemplado, y nada más. Tras esos instantes pensando, clavé mis pupilas en las suyas y le respondí- Siempre estaré aquí, junto a ti mi amor, jamás podré abandonarte, tú eres una fría cadena que me ata de pies y manos, y de la que no puedo ni quiero escapar, eres la celda más acogedora en la que podría encontrarme, yo estoy presa en ti como un ruiseñor en su jaula, a pesar de no poder alcanzar mi preciada libertad, canto, pues he visto que la libertad no siempre significa felicidad. Billy Kranner, es imposible que esto haya ocurrido por azar, tú estabas en mi camino por alguna razón, sé que esto no ha podido ocurrir por casualidad, pues, de ser así, no podría evitar sentirme aterrorizada por la inestabilidad de la felicidad… 
-No sigas Jessica, algún día lo comprenderás todo- aunque no entendía ni una palabra de lo que había dicho, su cara rebosaba sinceridad, así que decidí dejar el tema, aunque ciertamente había algo que me esperaba, y cada segundo que pasaba lo sentía más cerca- además Jess, nunca me separaré de ti, te lo prometo- apretó su mano con la mía mientras con la otra me acariciaba el pelo- Prefiero la muerte antes que perderte, así que, no te atormentes más.
Cuando salimos del restaurante ya eran casi las cinco de la tarde, y continuamos nuestro paseo hasta el puente. De camino, el cielo se cubrió de nubes y descargó violentas lluvias contra las duras calzadas, tejados y aceras del pueblecito, pero eso no sirvió para que diésemos la vuelta, ambos nos confesamos amantes de la lluvia. Una vez llegamos al puente, decidimos volver a casa. Como cabía esperar, Billy se ofreció, y de forma muy cortés y educada (casi extemporánea), a acompañarme a mi casa. No quería molestarle, así que intenté negarme, pero a veces puede llegar a ser tan persuasivo que no pude. Al llegar a mi casa a las siete ambos acabamos empapados,  pues ninguno llevábamos paraguas ni abrigo alguno, sin embargo esa preciosa sonrisa que le había acompañado desde que choqué con él seguía intacta. Me acompañó hasta el porche, donde le invité a que pasase, pero me dijo que tenía asuntos muy importantes que tratar, la palabra exacta que empleó es, “sacrosantos”. Se alejó por la hierba de mi jardín a pasos parsimoniosos, como si le costase alejarse de mí, y mirando para atrás de vez en cuando; finalmente dobló la esquina  y desapareció de mi vista.
Mi salón estaba sumido en la más absoluta oscuridad, se podía sentir el frío aliento del viento, que sacudía cada uno de mis huesos. Un silencio mudo invadió la habitación  envolviéndola en un halo de misterio. Algo me rozó, fue tan solo un instante, pero me marcó sumiéndome en la desesperación. Mi cuerpo temblaba aterrorizado, una sensación de impotencia se apoderó de mí, fuese lo que fuese, había algo en esa sala, y no podía hacer nada contra ello. Encendí la luz esperando toparme con un ladrón, un atracador o algo por el estilo, sin embargo, solo estaba yo, todo había sido fruto de la sugestión y del gélido ambiente de mi salón, que erizaba mis cabellos y me ponía la piel de gallina. Me relajé hasta las ocho en mi sofá y después  fui a la cocina a preparar la cena. Abrí el cajón donde guardaba los cuchillos y, para mi sorpresa, encontré una nota:
“Buenas noches preciosa, apuesto a que no sabes quién soy, no te culpo, pero muy pronto te habrás encontrado conmigo, y obtendrás la respuesta a todos los interrogantes que se te han planteado hasta la fecha. Sé que no es fácil criarse sin un padre, pero seguro que esto que voy a decirte te consuela, yo conocí a tu padre. Si quieres saber más reúnete conmigo en el puente a media noche el próximo Jueves”
Mi piel palideció, lo primero que pensé fue en llamar a la policía, pero después me acordé de mi padre; ese tipo sabía algo sobre él y no iba a permitir  que la única pista que tenía se esfumase. Hice caso omiso de mi sentido común, haciendo gala de una gran falta de prudencia, y seguí cocinando. Estaba picando una cebolla cuando, de repente, oí  un golpe en el piso de arriba, en ese mismo momento, me sobresalté y me corté con el cuchillo. Fui al baño a coger desinfectante y unas gasas y una vez  corté la hemorragia subí a comprobar lo que ocurría cuchillo en mano. El golpe provenía de mi habitación, que tenía el aspecto de haber sido asaltada por una jauría de perros, pero allí no había nadie. Eché el cerrojo a la puerta y llamé a la policía. Tenía mucho miedo, mi corazón latía a cañonazos y respiraba con ansiedad. Los diez minutos que tardaron los agentes en llegar e inspeccionar mi casa fueron una eternidad de agonía y sufrimiento, no podía reprimir las lágrimas, que chorreaban como un río por mi cara. Una vez los guardias terminaron de registrarlo todo concluyeron que no había nadie más que yo en mi morada. El desorden de mi habitación seguramente fuese obra de algún animal que se hubiese colado por la ventana.
Estaba aterrada, así que grité- ¡Por favor, ayúdenme!, hay algo ahí dentro, no me dejen sola- los agentes ignoraron mis estridentes súplicas, mezcla entre llanto e histeria y se largaron. 
Entonces surgió de mi cabeza la idea más descabellada que se me podía haber ocurrido, pues cuando me oyese pensaría lo mismo que aquellos groseros de uniforme blanco que se hacen llamar servidores de la ley, “¡Vaya una chiflada!”; con todo estaba aterrada y necesitaba estar con alguien, así que no dudé en llamarle.
Contestó al teléfono con un aire de preocupación- Hola Jess, ¿Pasa algo?- todas mis tribulaciones desaparecieron cuando oí su voz.
-Billy, ha ocurrido algo muy extraño, podrías venir conmigo, algo no marcha bien, lo presiento.
-Claro, ¿Estás bien Jess?- Billy era el tío más extraño que había conocido en mí vida, había reaccionado como si supiese de antemano lo que había ocurrido, cosa que era totalmente imposible, “¿O no?”, pensé maliciosamente. Pero eso era imposible, ¿Qué pintaba un chico al que acababa de conocer y que nunca me había visto antes alborotando mis cosas? Además, los golpes que antes había oído parecían más bien una lucha, como si mi habitación se hubiese convertido  momentáneamente en un campo de batalla, cosa que a ojos de cualquier persona cuerda parecerá una locura, pero yo sé lo que oí, y lo cierto es que no estaba sola, a pesar de lo que dijesen esos zotes paletos de placa y esposas- Estaré allí en seguida cariño.
-Gracias- respondí entre gemidos.
Fiel a su promesa, no tardó más de cinco minutos en encontrarse conmigo. Había cambiado su indumentaria por un jersey  rojo de lana con dos rayas blancas a la altura del pecho, unos pantalones vaqueros azul marino y unas deportivas blancas, pero su eterna sonrisa angelical no había cambiado un ápice. 
Fui a por unas cervezas a la cocina y nos sentamos en el sofá. A pesar de que le ofrecí insistentemente una él no la aceptó, “no bebo”, me dijo, ¡vaya una excusa!
Puso su brazo sobre mi hombro, arrimó su cabeza a mí y me dijo- Ahora estas a salvo, no tienes nada que temer, estoy contigo- me besó en la mejilla y añadió- No permitiré que nadie te haga daño, si no te sientes segura aquí, conozco a unas personas que nos podrían ayudar.
-No sigas, por favor, quiero olvidarme de todo y continuar con mi vida- le pedí  de corazón- Hablemos de otra cosa, ¿Qué te gusta hacer?
-Me encanta la esgrima, pero hace siglos que no practico, también me encanta la naturaleza y la lluvia- se rió mostrando su bella dentadura plateada- Pero lo qué más me gusta es estar contigo, ¿Y  a tí?
-Me encanta la naturaleza, como a ti, ¿Por qué dejaste la esgrima?, parece interesante.
-Si bueno, es que deje de necesitarla cuando…- no continuó la frase, en lugar de terminarla dijo bruscamente- no lo sé, si quieres podemos hacerla juntos, ¿Qué te parece la idea?
Di un buen sorbo de mi cerveza y respondí- Eso sería fantástico, podríamos, ¿Cómo se dice, luchar? 
-Tirar- me corrigió puntillosamente.
-Eso, podríamos tirar juntos.
-No creo que eso fuese una buena idea, quizá podría hacerte daño.
-¿Entonces que sería para ti una buena idea?
Clavó su mirada en mí y susurro- Esto- acto seguido me besó apasionadamente. Nos estuvimos besando hasta la medianoche, cuando un sonido estridente proveniente del piso de arriba  nos interrumpió- ¡Quédate aquí y no hagas ruido!- exclamó. Subió las escaleras y lo escrutó habitación por habitación en busca de intrusos, pero no había nadie. A raíz de ese acontecimiento, Billy estaba muy pensativo, intentaba averiguar lo que estaba ocurriendo, y, evidentemente no era el único que pensaba que algo iba a ocurrir, ¿Si no por qué iba a perder el tiempo con eso?- Jessica, algo muy extraño te persigue, no puedo decirte de que se trata, pero no creo que estés segura, al menos no por mucho tiempo.
-¿Qué quieres decir con que algo me persigue?, me estás asustando- no era tanto el mensaje sino la forma de expresarlo lo que me aterrorizó, “algo”.
-No es fácil de explicar, no me creerías, además todavía no es el momento- era tan críptico, parecía que tenía la llave de todos los enigmas, que sabía todo lo que estaba ocurriendo, y me mantenía al margen, ¿Por qué?, ¿Para protegerme a mí?, ¿A sí mismo?, quien sabe, el caso es que quería saber lo que estaba pasando, y debía hacer algo, ¿Pero qué? 
Fingí estar durmiendo, mirando disimuladamente a Billy, que se limitaba a contemplarme. 
Volvía a encontrarme en el jardín, y este volvía a esfumarse, la misteriosa criatura de angelicales facciones vuelve a acercarse a mí, su bondad se torna de nuevo a la más sangrienta maldad, corro y tropiezo, la criatura se acerca a mí, acerca su boca a mi oído y susurra- Pronto, Jessica, pronto.